El año 1977, mientras Fleetwood Mac vendía millones de copias de su disco Rumours, los presidentes de Panamá y Estados Unidos, Omar Torrijos y Jimmy Carter, firmaban los tratados que devolverían a Panamá la soberanía del Canal. España y México habían restablecido relaciones, tras la disolución del gobierno republicano español y, el presidente de Egipto, Anwar el Sadat, hacía un histórico viaje a Israel. Se estrenaba el primer vuelo del Concorde franco-británico y, bajo la dirección de George Lucas, La guerra de las galaxias marcaba para siempre al cine de ciencia ficción. Elvis Presley, Groucho Marx, Maria Callas y Charles Chaplin, en ese orden, partían a un viaje sin retorno.
En el Perú, Mario Vargas Llosa había publicado La tía Julia y el escribidor, Francisco Morales-Bermúdez seguía dirigiendo el destino del país y, la selección nacional de fútbol, se convertía en una de las dos únicas representaciones sudamericanas para acompañar al anfitrión Argentina en el Mundial del siguiente año. Brasil fue el otro.
En Lima, el 10 de diciembre, un grupo de más de 70 jóvenes, terminábamos la etapa escolar en el colegio Maristas San Isidro, ubicado en el 610 de la avenida Camino Real. Durante varias décadas, el San Isidro, fundado en 1934, había sido uno de los más prestigiosos colegios de la capital. Aquella noche de sábado, después de la misa celebrada en la capilla del colegio por el sacerdote jesuita Armando Nieto Vélez, los alumnos, familiares, y los más cercanos amigos, nos dirigimos al gimnasio para reunirnos, todos, por última vez.
La Promoción XXXVI del colegio sería, de paso, la antepenúltima en la historia del San Isidro que, tres años después, uniría fuerzas con su contraparte miraflorina: el Maristas Champagnat. Pero esa es otra historia.
Desde Juan Alfageme hasta Carlos Vidal, uno a uno, fuimos pasando al estrado principal acompañados por nuestros padres o apoderados, quienes fueron fieles testigos de que, para nosotros, una era había concluido. Allí, esperándonos, estaban los profesores Eduardo Cotrina y Carlos Cersso, y la madre Yone Catalán. También, el recientemente elegido Presidente de la Asociación de Padres de Familia, Dr. Alberto García. El hermano director, Julio Ibáñez, presidía el acto. Se aprovechó el evento para premiar a los campeones interescolares ADECORE de fútbol y a los ganadores de las Olimpiadas internas de ese año. Para nosotros, habría de ser una noche inolvidable. El estandarte patrio, de manos de Carlos Vásquez de Velasco, le fue traspasado a la siguiente promoción, la cual -desde ese momento- asumía la responsabilidad de ser el ejemplo para el resto del alumnado. Esa noche comenzaba un sueño.
Habían pasado años desde que madres como Lorena, Elaine, Laurenne y Concetta, y profesoras como Agnes, Marta, Carmen y Rosy, habían colaborado en la formación de nuestra disciplina de niños. Más tarde, profesores como Agurto, Salazar, Zavala, Campero y Sivirichi, y hermanos como Carmelo, Mariano, Nemesio y Emilio, hicieron lo propio cuando anduvimos en la pubertad. A Lazo, Izaguirre, Loyola, Araujo y Montoya, por ejemplo, les tocó soportar nuestra etapa más jodida. Los hermanos Julio y Alfredo Berenguel, José Hoyos, y el Profesor Cárdenas en la primaria, fueron nuestro escape. ¡Quién no esperaba esas dos horas semanales de Educación Física!
Así, con mil recuerdos y un certificado, nos íbamos a casa. Esa noche del adiós quedó registrada en una foto en la que, por alguna razón, faltaron: Felipe Bernales, Eduardo Castro-Mendívil, Carlos Espinoza, Ramón León, Juan Martín Nicolini, Roberto Polack, Carlos Saco-Vértiz, Ricardo Siles y nuestro Presidente, Enrique Prochazka, quienes, no obstante, sí estuvieron en la ceremonia. En nuestras manos estaba el futuro.
Casi sin darnos cuenta pasó más de un cuarto de siglo; empero, como si retrocediéramos en el tiempo, felizmente, aún hay lazos (y la Internet) que nos mantienen unidos.
Desafortunadamente, también, la partida de algunos de nuestros compañeros fue parte de la historia de los últimos 26 años en que, incluso, algunos de nosotros, no hemos tenido la oportunidad de vernos la cara para decirnos: Marista, hermano.
A todos y a sus familias, un Feliz Año 2004.
Javier Lishner
San Jose, California
29 de diciembre de 2003