jueves, enero 01, 2009

1977

Fue un año marcado con mucha actividad para nuestra promoción. Y, claro, ese habría de ser el último en la etapa escolar. La promoción XXXVI del Maristas San Isidro, con los profesores Cotrina y Cersso a la cabeza, comenzaba el año eligiendo a su Junta Directiva. Se nombró a los seis delegados quedando entre los elegidos sólo uno de la directiva anterior, que había presidido Jorge Luis Arévalo Roy. Fue así que Enrique Prochazka asumió la Presidencia. Editamos una publicación llamada Teorema, la cual era procesada en esténcil y se imprimía en un salón del primer piso, entre la Dirección y el comedor de los Hermanos. En ella colaboraban alumnos de todos los años, entre otros: Lucho Torres, de Quinto de media; Percy Vier, de Cuarto; Raúl Masseur, de Tercero, y Luis Fernando Zurek, de Segundo. Por su parte, la Madre Yone Catalán era la encargada de la Oficina para el Bienestar del Educando, también conocida por sus siglas, OBE. Y el Padre Rodríguez, "Huachipaire", era el profesor de Religión.

El 8 de abril, el diario La Prensa publica una página completa con los comentarios de siete escolares peruanos sobre las palabras de Jesucristo en la cruz. Enrique Prochazka y Javier Lishner, delegados de la promoción, son dos de los elegidos. Al mes siguiente, el 20 de mayo, aparece un artículo de tres páginas en la Revista 7 Días titulado La Nueva Generación. Es una mesa redonda con cuatro estudiantes de la Promoción XXXVI del Maristas San Isidro (Marcial Del Río, Juan Carlos Len, Enrique Prochazka y Javier Lishner) quienes hablan, además, de lo que piensan sobre la Educación en el Perú.

A mediados de año se definió la que sería nuestra calcomanía. El logotipo fue una creación exclusiva de Luis Miguel Champin y, el arte final de "el Pájaro", quien también se encargó de la impresión de las mismas en la calle Francisco de Zela, en Jesús María. Cuenta la historia que los alumnos, siguiendo con la tradición sanisidrina, colocaron la calcomanía en cada una de las puertas de las dos secciones de Quinto. A los pocos días, alguien le pasó la voz al Hermano Director, quien al enterarse del significado de la misma, llegó personalmente a despegarlas. El avergonzado fue él (si alguien no recuerda el significado de la calcomanía, comuníquese con Luis Miguel... antes de que se olvide). Aquello motivó que no se nos permitiera hacer los llaveros que habíamos planificado. Fue entonces cuando -siguiendo en sus cuatro patas- Juan Manuel Arce y el puntero derecho del colegio, se lanzaron subterráneamente a su confección. Aquella vez hasta tuvieron que dejar sus calculadoras, como parte de pago... Y nunca las recogieron. Para ese entonces, los (estrechos) polos -blancos y de color ladrillo-, con la ladilla en el bolsillo, ya habían sido confeccionados y distribuidos. Y, esa vez, el cura no pudo hacer nada. La promoción había logrado su identidad, a costa de la imaginación del alumno Champin, quien no era precisamente el primero de la clase.

En julio, el tan ansiado proyecto del viaje de promoción al sur del país tuvo que ser cancelado por el Paro Nacional del día 19, convocado por la CGTP y los frentes de defensa (que se convirtió en el mayor dolor de cabeza de Morales-Bermúdez durante su gobierno). Pasadas las vacaciones de medio año, muchos nos matriculamos en las conocidas academias de ese entonces: San Ignacio de Loyola, Trenner, Gálvez, Sigma. Comenzábamos a prepararnos para el ingreso a la universidad, pero aún había tiempo para socializar y conocer nuevas amistades, sobre todo, tratándose de que se acercaba la fiesta de promoción. El Congreso de estudiantes católicos en el Colegio Santa Ursula, amén de hacernos reflexionar, sirvió también un poco para ello. Se llamó Convivio y sería el primero de muchos. Su presidente fue Andrés Said y, la presidenta, su futura esposa.

El 21 de septiembre, el equipo de fútbol, con gol de José Santa María, sellaba el bicampeonato ADECORE venciendo por 2 a 1 al San Agustín (del Padre Cesáreo Fernández de las Cuevas, fundador del futuro club del mismo nombre). Aquella tarde de miércoles, Carlos Wiesse, de la promoción 37 y capitán del equipo, recibió el trofeo de manos del Padre Hervé Thomazo, recoleto, quien dirigía los destinos de ADECORE (y lo haría hasta su deceso, en 2002). Tres días después del triunfo, la Dirección del colegio y la Asociación de Padres de Familia, que hasta ese entonces presidía el señor Juan Gilardi, nos ofrecieron una cena en el Restaurant Chifa Lung Fung de la cuadra 31 de la avenida República de Panamá (llamada en aquel tiempo, Limatambo). Esa noche, el Hermano Director decidió regalarnos el uniforme y, el señor Frank Rudolph -padre de Frankie, Freddy y Pedro- se encargó de que los buzos (rojos con dos rayas amarillas a los costados) corrieran por cuenta suya. De la cena, nos fuimos repletos. De esa reunión también participó el señor Eduardo Leverone, delegado de Deportes e incansable colaborador y, Gustavo Neumann, ex-alumno, quien estuvo incondicionalmente a nuestro lado durante todo el torneo.

El 26 de noviembre, en el Club Millotingo -de la compañía minera del mismo nombre- la Orquesta de Santiago Silva animó nuestra fiesta de promoción, que se prolongó hasta la mañana siguiente (Casi cuatro años después, me tocaría recordarle la velada en una entrevista en Radio Miraflores. Y vaya que se acordaba. Santiago también es Marista, pero de los de Miraflores, al igual que el dueño de la emisora). De esa noche de fiesta hubo varias historias, que Luis Miguel las narra muy bien.

En diciembre, y como despidiéndonos, organizamos un paseo al balneario de Santa María. Para ese momento, el profesor Cotrina ya había recolectado los dibujos de caricatura de todos los miembros de la promoción, cuya responsabilidad recayó principalmente en Jaime Hare, Bruno Mogollón, Enrique Prochazka y Carlos Vásquez de Velasco, algunos de los que mejor dibujaban. "Muchachos, yo se las voy a guardar hasta que cumplan sus Bodas de Plata", dijo el maestro en el Quinto "A". Lo recuerdo como que me cayó su saliva cuando lo dijo. (Estamos cumpliendo 28 años, Maestro, y seguimos en la dulce espera).

El sábado 10, nos despedíamos de nuestra alma mater, en el corazón de San Isidro. Tras la Eucaristía encargada al Padre Armando Nieto, erudito historiador, pasamos al gimnasio del colegio donde se realizó la ceremonia de graduación. Ahí, después del Himno Nacional y de algunos discursos, se entregó diplomas a los ganadores de las Olimpiadas de ese año y a los campeones interescolares de fútbol. Acto seguido, en orden alfabético, fuimos llamados para recibir el certificado que sellaba nuestro paso por el colegio que alguna vez nos había visto llegar con tantas incertidumbres pero con muchas más ilusiones. La promoción XXXVI del Maristas San Isidro se iba con recuerdos de las Gimkhanas; las visitas al Real Felipe; "el Chiricuto", una suerte de guachimán interno que nos impusieron en algún año de la secundaria y que, con su cara entre malo y asustado, nos hacía ranear (completita) la cancha de fútbol; nuestro recorrido por las fábricas D’Onofrio y Nicolini; el paseo a Lurín con el profesor Cersso (en donde donamos un par de arcos de fulbito a un colegio local y, al regreso, Mario Ramírez sufrió una seria lesión); los Juegos Florales; los sábados reunidos en la casa de alguno para ir al cine a ver las películas de Bud Spencer y Terence Hill, y las de Louis de Funes, por citar las más blancas; y, de La Sombra, que apareció en Tercero de media para dejar un sinnúmero de misteriosos mensajes en las loncheras de muchos... Pero, también, la promoción se iba sin saber que tan sólo dos años después, su alguna vez querido colegio, comenzaría a desaparecer, así como vimos desaparecer la vieja casona de los Ayulo Pardo, que daría paso al futuro Centro Comercial Camino Real, mientras estuvimos en Quinto de media. Pero, fuimos felices.